¿Alguna vez has sentido que todos avanzan menos tú? Que tus oraciones se pierden en el aire y tu esfuerzo no da fruto. A veces el silencio de Dios no significa abandono, sino cuidado. Él calla para construir algo más profundo: tu carácter.
Lectura: Isaías 49:15–16
“¿Acaso una madre puede olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Pues aunque ella lo olvidara, yo no te olvidaré. He aquí que en las palmas de mis manos te tengo esculpido.”
Reflexión:
Dios no olvida tus lágrimas. Él conoce cada detalle de tu historia y aún los capítulos que crees que nadie ve. La espera no es pérdida de tiempo, es entrenamiento. Lo que hoy parece un retraso, en realidad es una preparación para algo que solo podrás manejar cuando hayas crecido en fe.
Tu nombre está grabado en las manos de Dios. No con tinta, sino con amor eterno.
Acción:
Escribe una carta a Dios expresando cómo te sientes, y al final agrega: “Aunque no vea el final, confío en Ti.”